RESEÑAS. Western

El caballo de hierro (The Iron Horse), John Ford, 1924

 

 

 

     Con “El caballo de hierro”, más que ante un venerable clásico del cine mudo, nos hallamos ante un film sorprendentemente vivo y, sobre todo, plenamente fordiano, donde al margen del sentido épico y espectacular con que la Fox se planteó la película, como una réplica a “La caravana de Oregón”, de James Cruze, de su competidora Paramount, realizada un año antes, encontramos ese mundo peculiar y entrañable que solo John Ford era capaz de crear y trasladar a la pantalla.

 

     En principio, todo gira en torno a la figura de Abraham Lincoln, principal alentador de la idea de unir el este y el oeste de Norteamérica mediante el ferrocarril, y a quien va dedicada “El caballo de hierro”, aunque su presencia en la película queda limitada a dos breves escenas: una inicial, en el prólogo cuando todavía era sólo un abogado, con su conversación con el soñador topógrafo Brandon y el escéptico constructor Marsh, y otra posterior, ya como presidente de los Estados Unidos, en 1862, en la que toma la decisión de autorizar la construcción y posterior unión de los ferrocarriles de la Unión Pacific y la Central Pacific. De esta forma, lo que empieza como un sueño acaba por ponerse en marcha: la Unión Pacific, partiendo de Council Bluffs (Iowa) y la Central Pacific desde Sacramento (California), se encontrarán en un lugar fijado de antemano, Promontory Point (Utah).

 

     En aquella época, el ferrocarril era el símbolo del progreso y de la creación de riqueza. El medio de transporte que iba sustituyendo a las lentas y peligrosas caravanas de carromatos de los pioneros. Pero los nuevos tiempos marcaron también grandes cambios en la historia. Entre ellos, el sometimiento y la disminución de la población de los nativos americanos, en las tierras por las que iba discurriendo el “caballo de hierro”. El exterminio de los búfalos, su principal medio de vida y la presión demográfica de los nuevos colonos completaban esta imagen cambiante de la nueva América que crecía y progresaba a costa de destruir su pasado.

 

     Una primera mirada sobre “El caballo de hierro” nos descubre a un John Ford que, a sus 30 años y con 37 westerns a su espalda se embarca en esta impresionante epopeya. Ford refleja, a grandes rasgos, la historia de esta aventura, exaltando la unión de los dos ferrocarriles como un símbolo de la nueva América, pero obviando la existencia de los Estados Confederados, todavía en guerra civil contra el Norte hasta 1865 (el ferrocarril se terminará en 1869), así como la ruina de las antiguas poblaciones indígenas. Se exalta la solidaridad entre las diversas razas que intervinieron en la construcción del ferrocarril, sobre todo irlandeses e italianos, pero se reduce al mínimo la participación de los emigrantes chinos a los que precisamente se encargaban las labores más peligrosas (el manejo de explosivos para abrir túneles), e incluso indios que fueron contratados por la Unión Pacific y que Ford nos muestra muy brevemente en algún momento de “El caballo de hierro”.

 

     Sin embargo, la épica de esta historia quedó, a veces, empañada por las circunstancias que acompañaron a la construcción: intereses de los ferrocarriles por alargar el trazado para así aumentar las subvenciones que cobraban del Estado, boicots que se hacían entre las propias compañías para perjudicar a la competencia, o los intereses de los terratenientes que presionaban para que el ferrocarril pasara por sus propiedades. Todo ello queda obviado o apenas apuntado en la película.

 

     El soporte argumental de la película es realmente mínimo. Parte del sueño del señor Brandon en el prólogo, por buscar soluciones para construir un ferrocarril transcontinental, mientras dos niños juegan en la nieve: su hijo, Davy que se convertirá años después en el protagonista de la historia y Miriam, la hija del escéptico constructor Marsh. La construcción del ferrocarril vuelve a unir, años más tarde, a aquellos dos niños, que, ya adultos lograrán ver cumplidos los sueños del topógrafo Brandon.

 

     Cabe pensar que Ford realizó la película sin apenas guión, improvisando bastante sobre la marcha, a la vista de que la acción avanza, a veces con grandes saltos. Prima el aspecto casi documental del desarrollo de los trabajos, con los hombres tendiendo las vías y picando el terreno mientras cantan la canción “Drill Ye Tarriers Drill”, el montaje y desmontaje de las ciudades por donde iba discurriendo el ferrocarril, los ataques de los indios, los trenes transportando al personal hasta el final de las vías, el encuentro de los dos ferrocarriles en Promontory Point….

 

     Todo ello queda reflejado en “El caballo de hierro” (como posteriormente lo haría Cecil B. De Mille en 1939 en su “Unión Pacific) y forma parte del soporte principal de la película, ya que la aventura personal de los trabajadores extranjeros que hicieron posible esta hazaña tiene escasa consistencia dramática. Aventura personal que Ford simboliza y concreta en Davy Brandon (George O´Brien) y sus amigos el sargento Slattery (Francis Powers) y el cabo Casey (J. FarrellMacDonald).

 

     Ford llena la película de pequeños detalles que enriquecen la narración y que, en ocasiones, parecen discurrir ajenos a la misma, como la escena de los indios intentando parar el tren en marcha con una simple cuerda, la secuencia en la que el “saloon” del juez Haller se convierte en una Sala de Justicia para juzgar a la prostituta Ruby (Gladys Hulette) que ha disparado sobre un jugador de cartas que le había arrojado whisky a la cara, la escena en la que el tren pasa, en segundo plano, mientras unos soldados terminan de cavar con evidentes prisas y desinterés varias tumbas, o la del perro que se acerca y se tumba al lado de un indio que acaba de caer muerto. Asimismo, la pelea en el “saloon” entre Brandon y Jesson es un prodigio de ambientación y puesta en escena: la larga secuencia está montada paralelamente a la conversación entre Miriam (Madge Bellamy) y Brandon en la que éste le acaba prometiendo precisamente que no peleará con Jesson.

 

     El humor, tan apreciado y utilizado en los westerns del Ford de los años 50/60 está también presente en muchas de las escenas de “El caballo de hierro”, como en el juicio en el “saloon” del juez Haller o la visita al dentista de los amigos de Brandon. Como simples anécdotas quedan el plano realizado con la cámara enterrada bajo las vías y el tren acercándose a toda velocidad,  para el que Ford tuvo que retirar seis traviesas de la vía, o la circunstancia de que el verdadero héroe de “El caballo de hierro”, Brandon –de adulto- hace su aparición como jinete del Pony Express cuando ya van transcurridos 47 minutos de película.

 

     Señalar finalmente la existencia de dos versiones de “El caballo de hierro”: la norteamericana, de 150 minutos y la versión internacional de casi veinte minutos menos y para la que se utilizaron además tomas desechadas de la versión “oficial”. Esto era una práctica habitual en las películas rodadas en aquella época. Pero lamentablemente, se ha editado en DVD la versión menos favorecida.

                                                                                                                    

                                                                                                            Innisfree

                                                                                                      

 

 

TITULO ORIGINAL.- The Iron Horse. PRODUCCION: USA (Fox Film Corp. 1924). ARGUMENTO: Charles Kenyon y John Russell. GUION: Charles Kenyon. FOTOGRAFIA: George Schneiderman y Burnett Guffey. INTERPRETACION: George O´Brien (Davy Brandon), Madge Bellamy (Mirian Marsh), Charles Edward Bull (Abraham Lincoln), Cyril Chadwick (Peter Jesson), Will Walling (Thomas Marsh), Francis Powers (sargento Slattery), J. Farrell MacDonald (cabo Casey), James Gordon (señor Brandon), Winston Miller (Davy, niño), Peggy Cartwright (Mirian, niña). DURACION: 150 minutos (133 minutos en la versión internacional).

Cinco pistolas (Five Guns West), Roger Corman, 1955.

 

 

 

«Cinco pistolas» es uno de los primeros films dirigidos por el prolífico Roger Corman (concretamente, el tercero de su filmografía) y forma parte del grupo de películas de serie B de las que Corman dijo, en ciarta ocasión, que ya estaba cansado de realizar, cuando decidió, en 1960, dar un salto cualitativo en su cine para afrontar su conocida serie de adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe, donde se encuentra, sin duda, lo mejor de su cine.

 

 

     Como western de serie B, «Cinco pistolas» es un film modestísimo (sólo el nombre de la actriz Dorothy Malone puede resultar familiar a los aficionados) realizado en muy pocos dias, como era habitual en Corman y con dos curiosidades: el propio guionista (R.Wright Campbell) interpreta a uno de los cinco pistoleros a que alude el título de la película, lo que nos ilustra sobre la economía de medios con que Corman solía afrontar sus films. La otra curiosidad es el actor Jonathan Haze (el tímido e infeliz protagonista de «La pequeña tienda de los horrores»), aquí convertido, por necesidades del guión, en nervioso e impulsivo pistolero.

 

 

     Lo cierto es que el comienzo de «Cinco pistolas» parece aportar algo de originalidad al género: Al final de la Guerra de Secesión americana, el ejército del Sur, ya casi derrotado, pone en libertad a cinco condenados a cambio de cumplir una peligrosa misión de capital importancia para el Sur: capturar, en territorio enemigo, a un traidor que transporta oro en una diligencia. Pero el prometedor inicio es sólo un espejismo. De forma cansina, van transcurriendo los minutos sin que nada consiga interesarnos demasiado y los pistoleros llegan, sin demasiados contratiempos a su destino: una posta de diligencias.

 

 

     Aquí comenzará para nuestros cinco protagonistas el verdadero peligro: el enfrentamiento entre ellos, a causa de una mujer, Shalee (Dorothy Malone), a la que pretenden (son diferente estilo, eso sí) casi todos los pistoleros y a cuenta del oro que piensan robar a la diligencia que están esperando. Al final, logrará imponerse uno de ellos, Govern Sturges (John Lund), que resulta ser, en realidad, un oficial sudista que se ha camuflado de forajido para velar por el éxito de la operación y que, tras una pequeña refriega, consigue todos sus objetivos y, por supuesto, el amor de la solitaria y apetecible Shalee.

 

 

     Sin duda que Roger Corman hizo, en algunas ocasiones, un cine interesante y válido, pero, desde luego, éste no fue el caso y «Cinco pistolas» resulta un western tan previsible como anodino, que ni aporta nada nuevo a su popular realizador, ni por supuesto a la historia del género.

 

 

Innisfree

 

 

 

TITULO ORIGINAL.- Five Guns West
NACIONALIDAD.- EE.UU. (American Releasing Corporation, 1955)
DIRECCION.- Roger Corman
GUION.- R. Wright Campbell
FOTOGRAFIA.- Floyd Cronsby
MUSICA.-Buddy Bregman
MONTAJE.- Ronald Sinclair
INTERPRETES.- John Lund  (Govern Sturges), Dorothy Malone(Shalee), Mike Connors (Hale Clinton), R. Wright Campbell (John Candy), Jonathan Haze (Bill Candy)
DURACION.- 74 minutos.

Dos cabalgan juntos (Two Rode Together), John Ford, 1961

 

     Con el paso de los años los westerns de John Ford, tan positivos y vitales  casi siempre,  se fueron tornando cada vez más sombríos y pesimistas, llegando a sus mayores cotas a principios de los sesenta, con “Dos cabalgan juntos” y “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962), westerns “negros”, donde los haya, que tuvieron todas las características de verdadero testamento del viejo maestro en el género. Y como tales hubieran quedado, de no ser porque Ford se encontró dos años más tarde con el material de “El gran combate” (1964)  y tuvo aún la oportunidad de volver a sus indios perseguidos y derrotados y a sus entrañables paisajes de Monument Valley para despedirse con todos los honores y ya definitivamente del western.

 

 

     El inicio de “Dos cabalgan juntos”, con un sheriff McCabe (James Stewart) dormitando sentado plácidamente en el porche del “saloon” de Belle Aragon (Annelle Hayes), repitiendo y parodiando el famoso plano de “Pasión de los fuertes” (1946) parece presagiar una narración relajada y divertida que se verá alterada por la llegada a Tascosa, pequeña y pacífica población de Texas, de una patrulla del ejército, con órdenes de trasladar al sheriff –por las buenas o por las malas- al Fuerte Grant para llevar a cabo una misión. La ocasión, por otro lado,  es propicia para que McCabe pueda poner distancia entre él y la señora Aragón, interesada en ofrecerle el cincuenta por ciento de sus negocios a cambio de una oferta matrimonial.

 

 

     Las perspectivas de perder su libertad consiguen que McCabe abandone de buen grado su cómoda vida en Tascosa y, tras una serie de discusiones con el comandante Frazer (John McIntire) en el Fuerte, acepte –de mala gana- su propuesta para rescatar a varios blancos secuestrados años atrás por los comanches, siempre que el escaso sueldo que le ofrecen, al nombrarle explorador del ejército, se vea complementado con las aportaciones de los colonos por recuperar a sus familiares. De esta forma, el tono relajado inicial se pierde en beneficio de una aventura peligrosa y de final incierto.

 

 

 

     Todo Ford está en “Dos cabalgan juntos”. Pero en esta ocasión, el Wyatt Earp de “Pasión de los fuertes” se convierte en el cínico y corrupto sheriff  McCabe, que redondea su sueldo con el diez por ciento de todos los negocios de Tascosa, pero cuyo solo nombre basta para ahuyentar a los dos tahúres que llegan al pueblo al inicio de la película. La antaño gloriosa caballería de “La legión invencible” (1949) se ha transformado  en un ejército acomodado en el Fuerte Grant y en un comandante Frazer astuto, veterano y cascarrabias solo interesado en que un paisano le saque las castañas del fuego para no tener problemas con los comanches. Y los heroicos colonos de “Caravana de paz” (1950) han degenerado en un variopinto grupo de cobardes y ancianos que esperan, acampados junto al Fuerte, que el “enviado de Dios” McCabe consiga recuperar a sus hijos raptados hace años por los indios.

 

 

     De esta manera, la exaltación del héroe, del hombre bueno del western tradicional, cede paso al cinismo y oportunismo de unos protagonistas a vueltas de todo. Vividor el uno (McCabe), que sabe apreciar el buen whisky del señor Wringle, el otro (teniente Jim Gary) acomodado en el ejército por una discreta paga: ochenta dólares y “mantenido”. También la nueva vuelta de tuerca al tema de los niños secuestrados por los indios de “Centauros del desierto” (1956) tiene aquí unas connotaciones muy distintas: el espíritu de aquella larga aventura del duro y torturado Ethan Edwards (John Wayne) y su angustia por recuperar a su sobrina Debbie (Natalie Wood) se ven sustituidos aquí por la frialdad de una simple transacción comercial entre McCabe y el jefe comanche Quanah Parker (Henry Brandon). Las vidas humanas no tienen ya más valor para ambos que un par de caballos o unos rifles. La épica de “Centauros del desierto” queda aquí destrozada y reducida a una rápida y poco escrupulosa operación económica.

 

 

     Por lo demás, resulta verdaderamente asombrosa la versatilidad de Ford para cambiar y dosificar los registros en esta película. Sin apenas transición se pasa de una escena en clave de humor a una dramática o incluso trágica. De la dura escena en que un McCabe borracho le cuenta a Marty (Shirley Jones) en qué puede haberse convertido su hermano, secuestrado hace nueve años y lo poco que puede esperar de su recuperación, pasamos a la pelea entre el teniente Gary y los dos estúpidos hijos del pastor Clegg (Ford Rainey), que se desarrolla en clave de comedia.

 

 

     Resulta también impresionante la dura descripción de las circunstancias en que se desarrolla la vida de la tribu de unos comanches venidos a menos. Tampoco nada que ver con la épica de los combativos pueblos indios de tantos y tantos westerns. Sobre todo, se incide en la dureza de la vida para las mujeres blancas secuestradas, pero que prefieren seguir “enterradas en vida” antes que afrontar un incierto retorno a su existencia anterior, como Hanna (Mae Marsh), la madre de los hermanos Clegg.

 

 

     Como en “Centauros del desierto”, hay un componente racista que Ford combate y expone con toda su crudeza en el rechazo de los oficiales del ejército y sus mujeres hacia Elena (Linda Cristal), a la que consideran contaminada y envilecida tras sus cinco años de convivencia con un comanche y que explota en la brutal escena del linchamiento en el campamento de los colonos, en la que éstos, desahogan su frustración y desengaño ante el triste final que ha tenido su intento de recuperar a sus familiares. La película se vuelve aquí densa y sórdida, aunque inmediatamente después se imponga un final feliz, más aparente que real, en las vidas de McCabe y el teniente Gary.

 

 

     “Dos cabalgan juntos” fue un completo fracaso de público en Norteamérica. Y tampoco resultó demasiado apreciado por la crítica cinematográfica, como asimismo por el propio John Ford. Quizás la crudeza del tema principal y el inevitable poso de tristeza y amargura que produce la película en su conjunto, sirva para poder explicar esta baja valoración, pero a riesgo de ir a contracorriente creo que se trata de uno de los mejores y más sólidos westerns del viejo maestro.

 

                                                                                                                  Innisfree

 

 

 

 

TITULO ORIGINAL: Two Rode Together. PRODUCCION: USA (Columbia, 1961). ARGUMENTO: novela de Will Cook. GUION: Frank S. Nugent. FOTOGRAFIA: Charles Lawton Jr. MUSICA: George Dunning. INTERPRETACION: James Stewart (Guthrie McCabe), Richard Widmark (teniente Jim Gary), Shirley Jones (Marty Purcell), Linda Cristal (Elena de Madariaga), Andy Devine (sargento Posey), John McIntire (comandante Frazer), Henry Brandon (Quanah Parker), Annelle Hayes (Belle Aragon). DURACION: 109 minutos.

Duelo en la alta sierra (Ride the High Country), Sam Peckinpah, 1962.

 

 

 

En su libro «El cine norteamericano», Andrew Sarris -buen crítico de cine, aunque a veces dado a la frivolidad o a nadar contra corriente- minusvaloraba «Duelo en la alta sierra» considerándola como un nuevo «antiwestern»: la fusión de los ciclos de Boetticher-Scott y Tourneur-McCrea embarrados en el realismo ambiental de Peckinpah». Ignoro si posteriormente, a la luz de nuevos títulos de Peckinpah, Sarris rectificó estas opiniones, pero lo cierto es que, desde su estreno, «Duelo en la alta sierra» se convirtió en un clásico del western de los sesenta y en un título emblemático de su realizador, que iniciaría aquí una sistemática revisión del género que daría lugar a obras de la categoría de «Grupo salvaje» (1969), «La balada de Cable Hogue» (1970) o «Pat Garrett y Billy the Kid» (1973) y también a la mutilada y frustrada «Mayor Dundee» (1964) y a la injustamente menos apreciada «Junior Bonner» (1972).

 

 

En mi opinión, «Duelo en la alta sierra» representa el western en estado puro. La feliz conjunción de un Peckinpah (tenía sólo 37 años cuando rodó la película) ilusionado y en plena forma que iniciaba su andadura como realizador, en unas condiciones de trabajo de completa libertad (de la que careció posteriormente) y de dos viejos mitos del western tan significativos como Joel McCrea y Randolph Scott, que encarnaban toda una tradición en el género y a los que Peckinpah supo encajar perfectamente en sus papeles.

 

 

Porque lo cierto es que, como indicaba acertadamente Sarris, quizás nada resulte verdaderamente nuevo en «Duelo en la alta sierra», pero lo que sucede es que aquí se aglutinan y resumen toda una serie de constantes de la historia del western y que, bajo la mirada personal, apasionada y nostálgica de Peckinpah, el material adquiere una dimensión aparentemente novedosa hasta el punto hasta el punto de ser considerado, en su momento, como el western que iniciaba la vertiente crepuscular del género. En realidad, no era más crepuscular que otros westerns anteriores en los que realizadores como Raoul Walsh («Juntos hasta la muerte»), Anthony Mann («Hombre del oeste»),Samuel Fuller («40 pistolas») o King Vidor («La pradera sin ley») nos hablaban ya, con cierta nostalgia, de estas «pistolas en el ocaso» que intentaban, de cualquier modo, sobrevivir a los nuevos tiempos.

 

 

La historia de una amistad traicionada, del reencuentro de dos viejos pistoleros que -cada uno a su manera- tratan de adaptarse a una nueva era es el fondo de un discurso donde Peckinpah nos recrea, con melancolía, una época pasada de la historia de norteamérica. El patetismo de la escena inicial, donde un envejecido Steve Judd (Joel McCrea) irrumpe con su caballo en una moderna y animada calle de una población en fiestas (donde ya se divisan los primeros automóviles) y es tratado como un abuelo por un policía que está manteniendo el orden, es verdaderamente demoledora. Poco después, el viejo pistolero tendrá que recurrir a unas lentes para poder leer el documento que le compromete a transportar oro desde un poblado minero hasta la ciudad.

 

 

Por su parte, Gil Westrum (Randolph Scott), ridículamente disfrazado, se gana la vida trampeando como «El Chico de Oregón» en una barraca de feria: su pasada habilidad con las armas ha degenerado en una forma fácil de embaucar incautos y en su único y precario medio de vida. Su socio, el joven y alocado Heck Longtree (Ron Starr), a su misma altura moral, engaña a los vaqueros apostando y compitiendo con ventaje en una desigual carrera entre su camello y unos caballos. La unión de los tres personajes dará lugar a un heterogéneo grupo que se ampliará posteriormente con la joven Elsa (Mariette Hartley) tras un alto en el camino en la granja de los Knudsen.

 

 

Desde el principio, Peckinpah toma partido por la madurez de los dos viejos pistoleros frente a la irresponsabilidad y precipitación de los jóvenes. Su mirada de respeto y comprensión hacia los mayores queda patente en cada escena, en cada frase de los diálogos. La secuencia de la cena en la granja de los Knudsen, con unos incisivos diálogos en los que intervienen todos los personajes, es muy esclarecedora sobre la postura de Peckinpah favorable a toda la generación en el ocaso, a pesar de las diferencias de opinión entre Joshua Knudsen, religioso hasta el fanatismo y los dos veteranos pistoleros.

 

 

Las escenas en el poblado minero son un prodigio de ese realismo ambiental de Peckinpah, al que se refería Andrew Sarris: la ironía crítica y el humor negro con que se presenta a la variopinta fauna humana que habita la zona minera, llega hasta la crueldad en el caso de los hermanos Hammond y los personajes que deambulan por el burdel de Kate (Janie Jackson).

 

 

La brillante secuencia final, que nos recuerda tantos otros duelos entre pistoleros, en películas del género, está resuelta con la mayor sencillez y economía en la planificación. El plano final y el conmovedor diálogo entre el malherido Steve Judd y un Gil Westrum que se compromete a terminar, de forma honrada, el trabajo iniciado, es, no sólo la recuperación de la vieja amistad que da todo su sentido a la película, sino también el colofón ético que engrandece este maravilloso y nostálgico homenaje al cine del oeste que es «Duelo en la alta sierra», uno de los más intensos y perfectos westerns que se hayan filmado.
 

Innisfree
 

TITULO ORIGINAL.- Ride the High Country
NACIONALIDAD.- EE.UU. (Metro Goldwyn Mayer)
DIRECCION.- Sam Pekinpah
GUION.- N.B. Stone Jr.
FOTOGRAFIA.- Lucien Ballard
MUSICA.- George Bassman
MONTAJE.- Frank Santillo
NTERPRETES.- Randolph Scott (Gil Westrum), Joel McCrea (Steve Judd), Ron Starr (Heck Longtree), Mariette Harley (Elsa Knudsen), Edgard Buchanan (Juez Tolliver), R.G. Armstrong (Joshua Knudsen), Jenie Jackson (kate), James Drury (Billy Hammond)
DURACION.- 94 minutos. 

Encubridora. (Rancho Notorius). Fritz Lang, 1952.

 

 

 

 

Pese a realizar hasta tres westerns en su etapa americana -los otros dos fueron «La venganza de Frank James» (1940) y «Espíritu de conquista» (1941)- Fritz Lang no debió de sentirse nunca demasiado cómodo en un género tan ajeno a su mundo personal y obsesivo. «Encubridora» es, sin duda el mejor de los tres, quizás porque su carácter nostálgico, sombrío y claustrofóbico (y su rodaje totalmente en estudios) encaja mejor con el estilo de Lang que la épica y los horizontes abiertos del western tradicional.

 

 

     Cercana en el tema y en su atmósfera a la casi contemporánea «Johnny Guitar», de Nicholas Ray (aunque «Encubridora» se realizó dos años antes), esta historia sobre el amor, el odio y la venganza, como subraya la balada «Chuck-A-Luck», omnipresente en toda la narración, tiene como eje y mayor atractivo la presencia de una Marlene Dietrich, ya algo envejecida, en su papel de Altar Keane, personaje que recuerda en muchos aspectos, al que interpretaba Joan Crawford en la inolvidable «Johnny Guitar».

 

 

     Al margen de los muchos incidentes a los que se enfrentó Fritz Lang durante el rodaje y la post-producción (tensas relaciones con Marlene Dietrich, nuevo montaje y mutilación del original, cambio del título de la película…) «Encubridora» no está, ni mucho menos, a la altura de su realizador. Es uno de esos films que, además, dan la impresión de haber envejecido mal y los tres principales actores, poco convincentes en sus interpretaciones, tampoco contribuyen a que la película consiga levantar el vuelo.

 

 

     Con todo, «Encubridora» no es, en absoluto un film carente de interés. Su narración, en forma de balada, su atmósfera opresiva y extraña al western tradicional, la utilización dramática del color y la presencia inquietante de Marlene Dietrich en su papel de protectora de fugitivos y sus ambiguas relaciones con los otros dos protagonistas Vern Haskell (Arthur Kennedy) y Frenchy Fairmont (Mel Ferrer), hacen de «Encubridora» un western atractivo e interesante, aunque no esté a la altura de las obras maestras de su realizador Fritz Lang.
 

Innisfree
  

TITULO ORIGINAL.- Rancho Notorius
NACIONALIDAD.- EE.UU. (Fidelity Pictures, RKO, 1952)
DIRECCION.- Fritz Lang
ARGUMENTO.- Silvia Richards  
GUION.- Daniel Taradash 
FOTOGRAFIA.- Hal Mohr 
MUSICA.-Emil Newman 
MONTAJE.- Otto Ludwig  
INTERPRETES.- Marlene Dietrich (Altar Keane),  Arthur Kennedy (Vern Haskell),  Mel Ferrer (Frenchy Fairmont),  Jack Elam (Mort Geary), Gloria Henry (Beth Forbes)
DURACION.- 89 minutos

Los implacables (The Tall Men), Raoul Walsh, 1955

 

 

 

 

 

 

Espléndida muestra del arte-oficio de Raoul Walsh, «Los implacables» no es sólo el mejor de los westerns que realizó el viejo maestro a lo largo de su prolífica carrera, sino también la obra que compendia y sintetiza -al margen de épocas y géneros- lo más válido y apreciable de su cine. Un western admirable, directo, tosco si se quiere, pero pleno de una, tan sorprendente como elegante mezcla de clasicismo, vitalidad, poesía, erotismo y humor.

 

 

Si el dominio ideal del cine de Walsh fue siempre la aventura, «Los implacables» es, ante todo, esa aventura-enfrentamiento ideal de dos «tall men» tan fuertes y contrapuestos como Clark Gable (el cowboy de los «sueños pequeños»: poseer algún día un pequeño rancho) y Robert Ryan (el hombre de las grandes ambiciones: llegar a dominar el territorio de Montana) para conducir un rebaño de ganado desde Texas hasta Montana y también la aventura, quizás más importante, para lograr el amor de la ruda y maliciosa «abuelita» Jane Russell.

 

 

En la primera escena del film, con el regreso de los hermanos Allison a Texas, tras la guerra civil americana, y a la vista de un árbol del que cualga un hombre ahorcado, Ben le comenta a su hermano: «Al fin hemos llegado a la civilización». Esta ironía inicial marca todo el tono desenvuelto y cínico con el que se irá desarrollando toda la acción de «Los implacables».

 

 

Nada sobra, ni nada falta en este western, perfectamente equilibrado entre el drama y la comedia, entre la acción y las escenas relajadas, entre la profesionalidad y la honradez del personaje de Ben Allison (Clark Gable) y el cinismo y la falta de escrúpulos de Nathan Stark (Robert Ryan). A medias, entre ambos, Nella Turner (Jane Russell), la mujer con una infancia miserable en un pequeño rancho, cuyos sueños coinciden con el pragmatismo de Stark, pero cuyos sentimientos están más cerca del valiente y resuelto Ben Allison, el hombre que le ha salvado la vida y a quien provoca descaradamente exhibiendo la manta india sobre la que ambos pasaron su primera y única noche de amor.

 

 

La realización de Walsh es de una soltura y entusiasmo por lo que está haciendo, que se palpa en cada escena: la dirección de actores (nunca estuvieron más metidos en su papel Gable, Ryan y la Russell que en esta ocasión), la vitalidad de las escenas del avance del rebaño de ganado a través de los diferentes paisajes, el expeditivo enfrentamiento con los bandidos «recaudadores de impuestos», la maniobra para luchar contra los indios sioux, el espectáculo de la desbandada de las reses y los caballos, las escenas intimistas de Jane Russell con Clark Gable y Robert Ryan, con su erotismo primitivo y a la vez sutil, la espléndida fotografia de Leo Tover, aprovechando al máximo los bellísimos y variados paisajes y, finalmente, la elegante y a veces también irónica música de Victor Young hacen de «Los implacables» un espectáculo y una aventura inolvidades.

 

 

Un film, sobre todo, sorprendentemente vivo en el que apenas se nota el más de medio siglo transcurrido desde su realización. Casi se diría que ha ganado con los años. Está claro que el tiempo no pasa para las obras maestras.

 

 

Innisfree

 

 

TITULO ORIGINAL.-The Tall Men
NACIONALIDAD.- EE.UU. (20 th Century Fox)
DIRECCION.- Raoul Walsh
ARGUMENTO.- Novela de Clay Fisher
GUION.- Sydney Boehm y Frank Nugent
FOTOGRAFIA.- Leo Tover
MUSICA.- Victor Young
MONTAJE.- Louis R. Loeffler
INTERPRETES.- Clark Gable (Coronel Ben Allison), Jane Russell (Nella Turner), Robert Ryan (Nathan Star), Cameron Mitchell (Clint Allison), Juan Garcia (Luis, capataz), Harry Shannon (Sam Cattleman), Emile Meyer (Chickasaw Charlie), Steve Darrell (Coronel Norris)
DURACION.- 122 minutos. 

Junior Bonner, Sam Peckinpah, 1972

 

 

 

    A pesar de su contención, modestia y aparente falta de ambiciones, “Junior Bonner” me parece una excelente película, pero está claro que, tratándose de una obra de Peckinpah, la cota de “Duelo en la alta sierra” (1962) o “Grupo salvaje” (1969) era difícil de mantener y “Junior Bonner”, a pesar de sus muchas virtudes queda bastante por debajo de esos dos títulos. Peckinpah, tras el estallido espectacular y violento de “Grupo salvaje” nos sorprende –como ya sucediera con “La balada de Cable Hogue” (1970)- con otro film intimista, de acción escasa y que al desarrollarse en un universo cerrado -tan americano y tan poco europeo- como es el mundo del “rodeo”, no se presta ciertamente al lucimiento dramático. Quizás, por ello, la película puede parecernos, en principio, mucho más inaccesible que otras de Sam Peckinpah.

 

     “Junior Bonner” –como “Duelo en la alta sierra”- es un nostálgico canto a un pasado que fue. A unos seres rebeldes, insobornables e inadaptados al mundo actual. Un cálido y sentido homenaje a una forma de ser y de pensar con la que se forjó la America que tantas veces reflejó el western. Sin embargo, poco de ese mundo debía de quedar ya cuando se realizó la película -allá por 1972- y Peckinpah, más poeta que sociólogo y que formaba parte de ese universo pudo acercarse al tema con lucidez y sensibilidad.

 

     Western contemporáneo, “Junior Bonner” queda emparentado con otras dos obras del género que reflejaron magistralmente la lucha por la supervivencia del espíritu del Oeste: “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962) y, de una forma más directa, al tratar el mismo tema del mundo del “rodeo”, “Hombres errantes” (Nicholas Ray, 1952). El personaje de Junior (Steve McQueen) encarna idéntica forma de ser: un hombre fuera de su tiempo, independiente e incapaz de acomodar su vida al mundo que le rodea: un ex-campeón de “rodeo” y actual cowboy – “cowboy de motel”, lo define su hermano- que vaga con su automóvil y su caballo por los ya escasos “rodeos” que sobreviven en Norteamerica.

 

     Al iniciarse el film, Junior regresa a Prescott (Arizona) su ciudad natal. Allí encuentra la casa de su padre abandonada y completamente rota a su escasa familia: a su hermano Curly (Joe Don Baker) convertido en hombre de negocios adaptado al mundo de hoy  y a su padre Ace (Robert Preston), eterno soñador y hombre fracasado, ilusionado con poder marcharse a Australia en busca de una de sus quimeras: hallar oro; También encontrará a su madre Elvira (Ida Lupino) a vueltas de todo, marginada, y resignada. Para todos ellos, este reencuentro familiar para nada modifica sus ideas ni su situación: se enfrentan y se separan sin haber llegado en ningún momento a entenderse.

 

     Nada ha cambiado: Junior, insobornable, tras rechazar las ofertas de trabajo que le ofrecen su hermano Curly y Buck Roan (Ben Jonhson), seguirá con su coche y su caballo recorriendo “rodeos” y su hermano Curly (Joe Don Baker) aferrado a su cinismo para continuar su escalada social. Sólo Ace (Robert Preston), el padre de Junior, podrá, con la ayuda de su hijo, realizar su sueño de viajar a Australia, probablemente para fracasar una vez más y terminar allí sus días. La escena en que se despide de su mujer, Elvira, define su hartazgo después de 42 años participando en los “rodeos”: “Cuando se ha visto uno, se han visto todos”.

 

     Hay una mirada crítica, pero más comprensiva que compasiva, sobre este decadente mundo del “rodeo”, perfectamente reproducido por Peckinpah, en todos sus aspectos: el ambiente exagerado y cirquense que rodea a este deporte en sus diversas especialidades: la doma de caballos, el acosado de toros, el ordeño de vacas salvajes y –sobre todo- el más peligroso de todos ellos, la montura de toros. Asimismo, el desfile por las calles de Prescott de los participantes y el patrocinador, Curly Bonner, publicitando sus negocios urbanísticos y la marcha de los coches de época adquieren un aire entre trasnochado y ridículo.

 

     En cuanto al protagonista, Junior, al inicio de la película, cuando le preguntan “como está”, responde con un lacónico: “aburrido”, pero sin embargo, en la escena anterior en el “rodeo” le hemos visto mirar con cierta fascinación al toro propiedad de Buck Roan y hasta intentará sobornar a éste para que haga trampas en el sorteo y le corresponda montarlo. Finalmente, tras el triunfo en el “rodeo” de Prescott,  Junior parece haber recobrado las fuerzas para continuar su vida errante: “Tengo que seguir mi camino”, responde a su hermano Curly al rechazar su oferta de trabajo.

 

     El conflicto dramático del film de Peckinpah no es externo ni violento, sino contenido e interior. Tan solo estalla cuando surge brevemente la violencia, casi en un tono de broma. “Junior Bonner” a diferencia de otros films de Peckinpah deja de lado la violencia y se desliza (como en la escena de la pelea en el Bar Palace) por el terreno del humor, la ironía y la nostalgia por un universo perdido, pero incluso así, la película resulta dura, amarga y, sobre todo, pesimista.

 

                                                                                                         Innisfree

                                                                                              

 

 

TITULO ORIGINAL: Junior Bonner. PRODUCCION: USA (1972). GUION: Jeb Rosebrook. FOTOGRAFIA: Lucien Ballard. MUSICA: Jerry Fielding. MONTAJE: Frank Santillo y Robert L. Wolfe. INTERPRETACION: Steve McQueen (Junior Bonner), Robert Preston (Ace Bonner), Ida Lupino (Elvira Bonner), Ben Johnson (Buck Roan), Joe Don Baker (Curly Bonner), Barbara Leigh (Charmagne). DURACION: 100 minutos.

Juntos hasta la muerte (Colorado Territory), Raoul Walsh, 1949

 

 

 

 

No suele ser corriente que un mismo director ruede el «remake» de una película apenas ocho años después de haber realizado el original. Y tampoco es corriente que con el mismo argumento se hagan, como en esta ocasión, dos obras de distinto género: «cine negro» y western. Sin embargo, estas dos circunstancias se dan en «El último refugio» («cine negro», con Humphrey Bogart de protagonista, realizada en 1941) y «Juntos hasta la muerte» (western, con Joel McCrea, en 1949). Ambas fueron dirigidas por el maestro Raoul Walsh. 
Lo cierto es que todo es atípico y desproporcionado en este alucinante (pero realista) western de perdedores donde la sombra del destino y la muerte parecen planear sobre toda la narración, desde las primeras imágenes de la película, con la liberación del protagonista, Wes McQueen (Joel McCrea) de la prisión de Missouri, hasta su desenlace en el Cañón de la Muerte y en la onírica y fantasmal Ciudad de la Luna, un poblado indio abandonado donde ya «solo viven serpientes y lagartos».

 

El itinerario vital de nuestro protagonista (al igual que el del personaje interpretado por Humphrey Bogart en «El último refugio»), está marcado desde el principio por la fatalidad. Wes McQueen es liberado de la prisión por Plutter (Harry Woods), un ex-detective poco de fiar, pero una vez libre descubre que su prometida Martha ha muerto y que el precio de la liberación será el de asumir un nuevo «trabajo» para su «jefe», arruinado y moribundo, que ha planeado un nuevo «golpe» para poder así «retirarse». De esta manera, y en apenas dos escenas, los sueños de McQueen para regenerarse y empezar una nueva vida se desmoronan.

 

Desengañado y hundido, McQueen se embarca, a su pesar, en una nueva aventura, tan precipitada como mal calculada, para atracar un tren, con una serie de cómplices dudosos que acabarán traicionándole. A pesar de su éxito inicial en el asalto al ferrocarril, todo terminará complicándose en la huida. Su confianza en Julie Ann (Dorothy Malone), de quien ingenuamente se ha enamorado se verá pronto defraudada. La dulce Juelie Ann es, en realidad, una mujer fría, egoista y ambiciosa que no duda en delatarle con tal de cobrar una recompensa.

 

Su único (y último) refugio será entonces Colorado Carson (Virginia Mayo), una mujer mestiza que colabora con la banda y que pronto se enamorará de McQueen. Aunque sólo cuando éste descubre la traición de Julie Ann se dará cuenta de la humanidad y nobleza de Colorado y acabará aceptándola y haciendo con ella planes de futuro. Pero, para la pareja ya es demasiado tarde: Son dos perdedores natos que intentarán juntos una imposible y dramática huida hacia Mexico. Un desesperado paseo por el amor y la muerte que acabará, de forma trágica y poéticamente cruel, en la abandonada y alucinante Ciudad de la Luna.

 

Basada, como su precedente, «El último refugio», en un relato de W,.R. Burnett, Walsh realizó «Juntos hasta la muerte» con tal agilidad y vigor que no dejó un momento de respiro para el espectador, ni de reposo para sus dos héroes. Las pocas ilusiones que nuestros protagonistas se permiten a lo largo de la película (una relajante escena en la que se muestran su cariño y sus ideas sobre el futuro) se esfuman rápidamente ante la cruda realidad: el «marshal» y sus hombres les han localizado en la semiderruida iglesia de Todos los Santos. «Somos un par de imbéciles que sueñan en medio de un pueblo abandonado con algo que no conseguirán jamás», dirá Wes a Colorado antes de emprender, ya en solitario, su imposible huida.

 

Pocos westerns con la dureza, la crueldad y la autenticidad de «Juntos hasta la muerte». Aquí verdaderamente «se siente» de forma física a unos actores integrados en un paisaje. Walsh compone también unos tipos secundarios (el «marshal», sus ayudantes, los indios que le ayudan a localizar a Wes) que son un prodigio de realismo para la película, que en muchos planos da la sensación de ser más un documental sobre el Oeste que una película de ficción.

 

Y también pocos westerns con la carga de romanticismo que imprime Raoul Walsh a la parte final de la historia, con la muerte de los dos protagonistas, unidos de la mano y cosidos a balazos por los hombres del «marshal». O con el vigor con que están realizadas las escenas del asalto al tren. O con la dureza y falta de escrúpulos de la mayoría de los personajes (ese hombre que enciende una cerilla en la bota de uno de los asaltantes del tren que acaban de ser ahorcados en un vagón del ferrocarril). O con la estupenda ambientación conseguida, con un paisaje degradado y desértico que, al igual que los personajes, se integra perfectamente en la narración y cuyas imágenes resultan ciertamente inolvidables. 

 

Walsh compone unos personajes principales (y también secundarios) aparentemente sencillos, pero bastante complejos en el fondo, y sobre todo, muy bien definidos. Wes McQueen es el perfecto prototipo de héroe/antihéroe walshiano. Su fortaleza, virilidad y honradez (dentro de la honradez que se pueda pedir a un ex-forajido) son más aparentes que reales. En el fondo, Wes es un personaje tan vacilante, inseguro y vulnerable como Humphrey Bogart de «El último refugio», el James Cagney de «Al rojo vivo», el Kirk Douglas de «Camino de la horca» o el Gregory Peck de «El mundo en sus manos». Personajes todos ellos muy viriles, pero que se muestran enormemente débiles ante cualquier giro del destino o ante la frialdad o crueldad de la mujer walshiana de turno. En este caso, tienen más personalidad y fortaleza las dos mujeres, la traidora Julie Ann y la apasionada Colorado que el dubitativo Wes.

 

«Juntos hasta la muerte» queda como una gran película del (hoy día algo olvidado) maestro Raoul Walsh, en la linea de sus mejores trabajos, como «Los violentos años veinte» en el «cine negro», «El mundo en sus manos» en el de aventuras, «Objetivo Birmania» en el bélico o «Los implacables» en el western.

 

 

AnibalMinucio

 

 

TITULO ORIGINAL.- Colorado Territory
NACIONALIDAD.- EE.UU. (Warner Bross)
DIRECCION.- Raoul Walsh
GUION.- John Twist y Edmund H. North.
FOTOGRAFIA.- Sid Hickox
MUSICA.- David Buttolph
MONTAJE.- Owen Marks
INTERPRETES.- Joel McCrea (Wes McQueen), Virginia Mayo (Colorado Carson), Dorothy Malone (Julie Ann Winslow), Henry Hull (Fred Winslow), John Archer (Reno Blake), James Mitchell (Duke Harris), Morris Ankrum (Sheriff)
DURACION.- 94 minutos. 

Misión de audaces (The Horse Soldiers), John Ford, 1959

 

 

 

«Misión de audaces»  no parece haberse encontrado nunca entre las preferidas por la crítica de entre todos los westerns dirigidos por John Ford. Incluso el propio viejo maestro no parecía apreciarla en exceso: «Creo que llegué a verla. Pero muchas cosas de la película pasaron de verdad, como lo de los niños de la academia militar que marcharon contra los soldados de la Unión. Eso pasó varias veces». (Declaraciones a Peter Bogdanovich en «Esquire», abril de 1964). A la vista de la película, cuesta trabajo creer que, tan sólo cinco años despues de realizarla, John Ford se pronunciara sobre ella de una forma tan frívola y evasiva.

 

 

     Basada en una novela de Harold Sinclair, al parecer inspirada en hechos reales ocurridos en abril de 1863, durante la guerra de Secesión, «Misión de audaces» narra la incursión de un escuadrón de soldados de la Unión en territorio enemigo enemigo para destruir unas instalaciones ferroviarias y dificultar los abastecimientos confederados. La realidad histórica, como en tantos otros casos, parece ser distinta: se trató de una maniobra de distracción de los unionistas, con un largo periplo desde Illinois hasta Nueva Orleans con el único objetivo de desviar la atención de los confederados sobre la campaña del general Grant en Vicksburg.

 

 

     Equilibrada entre la épica y la lírica, «Misión de audaces» va definiendo pausadamente a unos personajes que responden a distintas formas de entender la lucha y los constantes enfrentamientos entre ellos, en los que suele ser siempre el coronel Marlowe (John Wayne) quien consigue imponer su criterio a los otros mandos. Y los hechos suelen darle la razón. El disfraz inicial de patán va dando paso al militar sensible y afectado por la crueldad de la lucha. El hombre impulsivo y brusco es capaz también de tener sentimientos hacia una mujer, Hannah (Constance Towers), a quien, en principio, sólo veía como una espía, e incluso tener también un último momento y una despedida sentimental antes de la última batalla.

 

 

     Como todo western itinerante, el viaje suele definir, suavizar y madurar las conductas humanas. Y «Misión de audaces» es ejemplar en este aspecto. Los personajes se van definiendo y enriqueciendo a medida que avanza la narración, viendo su reacción ante las diferentes circunstancias que atraviesan. Tampoco tiene demasiado sentido apelar al militarismo o antimilitarismo de la película. John Ford fue, más bien, casi siempre acusado de militarista, sobre todo en su trilogía sobre la Caballería, pero la realidad de sus películas desmentía siempre estas acusaciones. Y en este sentido, «Misión de audaces» puede valer perfectamente como ejemplo. Es tal la corriente de ideas y sentimientos de la película que Ford es capaz de pasar de un extremo a otro (del realismo al romanticismo, de lo épico a lo lírico o del militarismo al antimilitarismo) en cuestión de pocos minutos.

 

 

     Basta ver la diferencia de registro con que Ford se plantea dos de las mejores secuencias de «Misión de audaces»: De una parte, la forma realista, cruel y fulminante con que se describe la batalla de la estación de Newton, con el ataque suicida de los confederados, el momento épico y triste de la película y su continuidad en el improvisado hospital donde son atendidos los heridos. Y de otra, la descripción pausada y minuciosa del patético ataque de los cadetes de la Academia Jefferson: la marcialidad, la música militar, los cadetes con «paperas» rebajados del servicio, los tambores, la rigidez de determinación con que un grupo de niños y adolescentes se enfrenta a unos militares veteranos y curtidos en mil batallas, establece un distanciamiento amable que relaja la triste realidad del enfrentamiento.

 

 

     Por lo demás, sería inutil y reiterativo hablar aquí de perfección narrativa, de observación y descripción sencilla, pero efectiva, de las relaciones entre los personajes, con el principio establecido de antemano de que todos -nordistas y confederados- eran, ante todo, americanos. El respeto con que Ford (de conocidas simpatías sudistas) mira a los dos contendientes y la nobleza con que ambos se enfrentan hacen de «Misión de audaces» una de las mejores lecciones de cine que nos dio el viejo maestro John Ford.

 

 

AnibalMinucio

 

 

TITULO ORIGINAL.- The Horse Soldiers
NACIONALIDAD.- EE.UU. (United Artists., 1959)
DIRECCION.- John Ford
ARGUMENTO.- Harold Sinclair
GUION.- John Lee Mahin y Martin Rackin
FOTOGRAFIA.-William H. Clothier
MUSICA.-David Buttolph
MONTAJE.- Jack Murray
INTERPRETES.- John Wayne (Coronel John Marlowe), William Holden(comandante Hank Kendall), Constance Towers (Hannah Hunter),Judson Pratt (Sargento Maj. Kirby)
DURACION.- 115 minutos. 

La pradera sin ley (Man Without a Star), King Vidor, 1955

 

 

En el ocaso de su carrera (fue su antepenúltimo film), King Vidor realizó esta hermosa alegoría sobre el hombre libre. Sobre el hombre que odia las alambradas que acaban con su libertad y originan la violencia entre los ganaderos. Pequeño pero memorable western que constituye, seguramente, una de las cumbres del género en los años 50.

 

     En “La pradera sin ley”, Dempsey Rae (Kirk Douglas), el “hombre sin estrella”, es ese personaje solitario y desarraigado, que abandona Texas dejando tras de sí un triste pasado, en eterna huída de una “civilización” que acaba con la libertad del individuo. Una vez más, en un western, asistimos al conflicto del hombre apegado a la naturaleza incapaz de sobrevivir en una sociedad que impone sus reglas y acota su libertad. Sólo que, en esta ocasión, el tema queda reflejado con una profundidad y grandeza como pocas veces se ha visto en un western, -duro y amargo, a pesar de algunos momentos relajados y escenas de humor-  perfecto retrato de la soledad del inadaptado.

 

     El espectacular inicio del film con el humeante tren que se desliza sobre la pradera llevando en sus vagones para el ganado a un vaquero sin caballo (“¿Se puede ir de Kansas City a Wyoming en caballo?”) y sin más compañía que su silla de montar (“Un vaquero nunca se desprende de su silla”) entronca directamente con el desolador final. Un falso “final feliz”, donde, una vez solucionado el conflicto entre ganaderos, Dempsey Rae, el hombre libre, seguirá su camino hasta encontrar un lugar donde no existan alambradas. En el fondo, una infructuosa búsqueda-huida de sí mismo para intentar recuperar un paraíso definitivamente perdido. Mientras atrás quedan -amigos y enemigos- los que son capaces de adaptarse a las convenciones de la civilización de las alambradas y el “progreso”. En su contradictoria toma de postura en el enfrentamiento entre ganaderos, nada ha pasado que modifique la estrella de este vagabundo idealista y noble.

 

     King Vidor desarrolló este material de forma sencilla y directa, con toda la fuerza y la austeridad de los clásicos primitivos. Por lo demás, sorprende conocer las circunstancias en que fue rodada “La pradera sin ley”. King Vidor abandonó el rodaje antes de terminarla, tras una serie de enfrentamientos con el actor Kirk Douglas, que, por cierto, realiza aquí una de sus mejores actuaciones. Interpretación plena de matices, pasando casi sin transición, de los momentos relajados y cómicos a las escenas de tensión y violencia. De cualquier manera, viendo la película,  nadie diría que tuvo que ser  terminada por otro realizador. Todas las incidencias del rodaje para nada se reflejan en el film, uno de los más sólidos westerns de la historia del cine.

 

 

                                                                                                                Innisfree

 

 

 

PRODUCCIÓN: Universal (1955). ARGUMENTO: novela de Dee Linford. GUIÓN: Borden Chase y D. D. Beauchamp. FOTOGRAFÍA: Russell l. Metty. MUSICA: Joseph Geshenson. MONTAJE: Virgil W. Vogel. INTERPRETACIÓN: Kirk Douglas (Dempsey Rae), Jeanne Crain (Reed Bowman), Claire Trevor (Idonee), William Campbell (Jeff Jimson), Richard Boone (Steve Miles). DURACION: 89 minutos.

Río Rojo (Red River), Howard Hawks, 1948

 

 

 

     Para su debut en el western,  Howard Hawks jugó con habilidad todas sus bazas: un buen guión de Borden Chase y Charles Schnee que dosificaba  la épica de una aventura que se desarrolla casi en su totalidad en escenarios naturales y las escenas intimistas, con una acertada aproximación a dos personalidades tan complejas y dispares como los protagonistas Tom Duncan (John Wayne) y su “ahijado”  Matthew Gart (Montgomery Clift), una extraordinaria fotografía de Russell Harlan, el majestuoso tema  musical de Dimitri Tiomkin, y dos actores de la talla de los ya mencionados Wayne y Clift complementado con un buen plantel de actores secundarios, como Walter Brennan o John Ireland.

 

     El hecho de ser una producción del propio Hawks (Monterrey Productions) le permitió controlar por completo algunos aspectos de la película con los que no estaba demasiado de acuerdo, como el guión original de Borden Chase, al parecer excesivamente fiel al relato “The Chisholm Trail” escrito por el propio Chase, por lo que contrató a Charles Schnee a quien cabe reconocer como el verdadero autor del guión definitivo. Sin embargo, algún tiempo después, Borden Chase se convertiría en un excelente guionista, trabajando con realizadores como Anthony Mann (“Winchester 73”, “Horizontes lejanos”, y “Tierras lejanas”), King Vidor (“La pradera sin ley”) o Raoul Walsh (“El mundo en sus manos”).

 

     Tom Duncan y Mattehw Gart son dos seres acostumbrados a luchar, a perder y a levantarse. El ataque inicial de los indios a una caravana les ha dejado solos y sin más propiedades que un toro y una vaca. Catorce años después habrán conseguido levantar un verdadero imperio ganadero al que las circunstancias de la posguerra civil, con la caída del precio de las reses en Texas los va a obligar a poner en marcha a toda su ganadería hacia Missouri, en busca de nuevos horizontes donde poder vender a un precio razonable su ganado.

 

     Duncan es un hombre duro, decidido a imponer a los demás sus normas y sus ideas, incluso llegando a las últimas consecuencias, como cuando intenta usar el látigo contra el vaquero irresponsable que ha provocado la estampida de la manada o al pretender ahorcar a dos de los hombres que han decidido desertar de la aventura y volver a casa. Las dificultades de la larga marcha le han convertido en un hombre obsesionado y despótico al que sus hombres llegan a odiar y temer. Finalmente, el enfrentamiento con su “ahijado”  Matthew llevará a una situación extrema que sólo se resolverá, casi en clave de comedia, con la intervención de Tess Millay (Joanne Dru), la novia de Matthew.

 

     “Rio rojo” es un título que, desde su realización fue siempre bien apreciado por los aficionados al western y los seguidores de la obra de Howard Hawks. El equilibrio entre la grandeza y majestuosidad de las escenas de acción y las correspondientes a los momentos de transición en la marcha del ganado, que Hawks aprovecha para ir definiendo con maestría a sus personajes, hacen que la narración avance con agilidad y sin un instante de decaimiento. Hawks siempre fue un auténtico maestro en el manejo de los “tiempos muertos” en sus películas de acción. Basta recordar títulos como “Solo los ángeles tienen alas” (1939), “Rio Bravo” (1959) o “¡Hatari” (1962) para reconocer esta habilidad de Hawks para mantener el interés del espectador, cuando los  protagonistas de sus películas descansan al calor de una hoguera después de todo un día ininterrumpido de trabajo y acción.

 

     Por lo demás, “Rio rojo” cuenta con secuencias de verdadera antología en el género, como el inicio de la marcha en Texas poniendo en movimiento a la manada, la tensa noche de la estampida del ganado, su paso a través de las vías del ferrocarril y ante la locomotora de la Kansas Pacific, o los momentos en que las reses atraviesan las calles de Abilene. Junto a ellas, la sensibilidad de las escenas intimistas: la despedida inicial  de Dunson y su novia –extraordinaria Coleen Gray en su breve papel de Fen- o la larga conversación que mantiene con Tess en la que ésta le revela sus verdaderos sentimientos hacia el joven Mattew.

 

     Si algún defecto pudiera achacarse a “Rio Rojo” sería la ausencia de color en la fotografía.  Al parecer, Hawks incluso realizó algunas pruebas que no llegaron a convencerle, por lo que se decidió a filmar en blanco y negro, al igual que en su siguiente western, “Rio de sangre” (1952). Desde luego, “Rio Rojo”, hubiera sido muy diferente de haberse realizado en color, pero ello no impide que se la pueda considerar una gran película. Hawks reincidió posteriormente en el western  con otros títulos, todos ellos bastante estimables, pero sólo con “Rio Bravo” (1958), su obra maestra en el género, lograría alcanzar cotas superiores a este “Rio Rojo”.

 

 

INNISFREE

                                                                                                                 

                                                                                                                  

 

 

TITULO ORIGINAL: Red River . PRODUCCION: USA (Monterrey Productions, 1948).- ARGUMENTO: Novela “The Chisholm Trail”, de Borden Chase.- GUION: Borden Chase y Charles Schnee.- FOTOGRAFIA: Russell Harlan.- MUSICA: Dimitri Tiomkin.- MONTAJE: Christian Nyby.- INTERPRETACION: John Wayne (Tom Dunson), Montgomery Clift (Mathew Garth), Joanne Dru (Tess Millay), Walter Brennan (Groot Nadine), Coleen Gray (Fen), John Ireland (Cherry Valance). DURACION: 133 minutos.

Río de sangre (The Big Sky), Howard Hawks, 1952

 

 

     Howard Hawks se acercó a la historia de “Rio de sangre” desde presupuestos bastante diferentes a su primer western “Rio Rojo”.  Como vehículo para la aventura no sólo cambió el escenario en el que se desarrolla la acción: los espacios abiertos, secos y luminosos de la “Senda Chisholm”  por las aguas del rio Missouri y sus riberas de penumbra y arbolado, sino que también modificó de forma radical el tono en el que transcurre la historia: el dramatismo de “Rio Rojo” deja paso al aire sosegado y distendido de “Rio de sangre”.
 
 

En este nuevo canto a los pioneros que forjaron América, Hawks utiliza la aventura de este recorrido de dos mil millas y cien días de viaje a través del rio Missouri en la barcaza “Mandan” de un grupo de hombres cuyo único objetivo es comerciar  con los indios “Pies Negros”. La acción está situada en el año 1832. Son todavía los tiempos en que el encuentro entre indios y blancos aún no tiene el signo de enfrentamientos a vida o muerte que deparará el futuro.
 
 

 

 

 

Las dificultades de la empresa radican no sólo en el recorrido de un barco a contracorriente hacia tierras vírgenes, utilizando en cada momento las herramientas necesarias –remos, pértigas, velas o arrastre mediante una cuerda-   sino que el grupo tiene también que evitar necesariamente cualquier tropiezo con la “competencia” que suponen los hombres de la compañía de pieles al mando de Streak  y a los indios “Crow”, enemigos de los “Pies Negros”. El encuentro inicial y el inevitable enfrentamiento entre Jim (Kirk Douglas) y Boone (Dewey) es el punto de partida de una amistad que se irá consolidando y madurando en el transcurso de la historia hasta un final de renuncias personales y una nueva cita para otra futura pelea.
 
 

La aventura comienza y termina con un tono tranquilo y relajado y sin apenas momentos de verdadero dramatismo. Los enfrentamientos con los hombres de Streak y los indios “Crow” son resueltos de una forma rápida y sin apenas violencia. Quizás la mayor violencia, a veces no sea la física, sino el duelo interior que mantienen  Jim y Boone durante toda la historia, sobre todo cuando está presente la india “Ojos de Garza” (Elizabeth Threatt), la hija de Caballo Rojo (Theodore Last Star), jefe de los “Pies Negros”.
 
 

La película se desliza así, como la barca “Mandan” por el rio Missouri, de forma pausada, siendo quizás las escenas de descanso nocturno, en tierra firme, las que mejor contribuyen a una prospección psicológica de los personajes que Howard Hawks va definiendo a medida que avanza la aventura, de manera similar a como había hecho en su anterior western “Rio Rojo” (1948). La charla nocturna al calor de la hoguera retrata perfectamente el carácter y los sentimientos de estos pioneros, como cuando el tío de Boone, Zeb, habla con pasión de las tierras vírgenes del alto Missouri y de la zona que ocupan los “Pies Negros”.
 
 

 

 

Otras escenas, como la de la amputación del dedo de Jim o la extracción de la bala que le hace Boone llevan la desdramatización hasta sus últimas consecuencias, desarrollándose casi en tono de comedia. Finalmente, las escenas del campamento de los “Pies Negros”, con el intercambio de mercancías, los bailes rituales alrededor de la hoguera para celebrar el matrimonio de “Ojos de garza” o la despedida de los personajes refuerzan ese carácter casi documental que adquiere a veces la película. Considerada de forma aislada, “Río de sangre” resulta ser una obra bastante apreciable en la filmografía de su autor. Quizás sólo si se la compara con otros westerns de Hawks como “Rio Bravo” (1959) o “Eldorado” (1967), queda  por debajo de esas dos obras maestras.

 

 

 Innisfree 
 


 
 
TITULO ORIGINAL: The Big Sky.- PRODUCCION: USA (Winchester Productions, 1952).- ARGUMENTO: novela de A.B. Guthrie Jr. .- GUION: Dudley Nichols.- FOTOGRAFIA: Russell Harlan.- MUSICA: Dimitri Tiomkin. MONTAJE: Christian Nyby.- INTERPRETACION: Kirk Douglas (Jim Deakins), Dewey Martin (Boone Candill), Elizabeth Threatt (Ojos de Garza), Arthur Hunnicutt), Buddy Baer (Romaine), Steven Geray (Jourdonais), Hank Warden (Pobre Diablo), Jim Davis (Streak) DURACION: 140 minutos (versión editada en DVD, 122 minutos).

La venganza de Ulzana (Ulzana´s Raid), Robert Aldrich, 1972

 

 

 

 

 

Dieciocho años después de «Apache», Robert Aldrich retomó el tema del indio perseguido, pero en esta ocasión lo hizo desde un prisma diferente. Ante todo, sin la ingenuidad y el idealismo de entonces. «Apache» fue su primer western y uno de sus primeros films. Por el contrario, «La venganza de Ulzana» es una obra de madurez. Menos militante y reivindicativa que aquella, pero más reflaxiva y compleja. De otro lado, si en «Apache» el punto de vista era el del indio perseguido, en «Ulzana» lo traslada al perseguidor. En este caso, a los tres personajes co-protagonistas: el ingenuo e inexperto teniente Garnett Debuin (Bruce Davison), el escéptico y desengañado guía blanco McIntosh (Burt Lancaster) y el explorador indio Ke-Ni-Tay (Jorge Luke).

 

 

     En el inicio del film asistimos a la huida de Ulzana, jefe chiricahua apache, de la reserva india de San Carlos, junto a un puñado de jóvenes guereros. Una posible y primera motivación para esta huida la tenemos en las penosas condiciones de vida en la reserva, donde los indios allí confinados se ven engañados en el peso de la carne por comerciantes sin escrúpulos. Pero la verdadera causa la conoceremos posteriormente a través del explorador indio Ke-Ny-Tay y forma parte de unas normas de vida y unas creencias religiosas ancestrales: la vida en la reserva les hace débiles. Ulzana y sus guerreros necesitan sentir el olor de la libertad, de los caballos, de la naturaleza…y se hacen fuertes robando, torturando y asesinando a sus enemigos para tomar su fuerza. Los chiricahuas son extremadamente crueles en sus métodos: cuanto más sufre un hombre blanco antes de morir torturado, mayor es la fuerza que los guerreros indios cogen de él.

 

 

    Sin duda, Ke-Ny-Tay conoce suficientemente a los suyos y, aunque luche contra ellos integrado como guía en la Caballería de los Estados Unidos, habla de su pueblo sin ningún rencor y comprendiendo su crueldad: «Así es como son. Siempre han sido así». Otro tanto cabe decir del explorador blanco McIntosh, casado con una joven india y que, en sus muchos años de combatirlos ya está a vuelta de todo. Les respeta y les teme, pero no los odia: «Sería tan inútil como odiar al desierto por ser como es». En cuanto al joven teniente Garnett Debuin, hijo de un pastor de la iglesia, que cree que se puede ser cristiano y soldado a la vez, ve como rápidamente comienzan a erosionarse sus ideas a medida que va contemplando la crueldad en la actuación de Ulzana y sus guerreros, pero se desmorona finalmente en sus creencias cuando comprueba que los blancos pueden ejercitar contra los indios el mismo odio y la misma crueldad que sus enemigos.

 

 

    Partiendo de un excelente y complejo guión de Alan Sharp, la realización de Robert Aldrich es, a la vez, clásica y moderna. Violenta hasta la crueldad, pero también melancólica y reposada. Manteniendo en todo momento sus características de western crepuscular, con una extraordinaria fotografía de Joseph Biroc donde predominan tonos grises y oscuros que se integran en un paisaje árido e infernal, donde los protagonistas, soldados o indios han llegado ya a un cierto final de ciclo en su lucha por la vida.

 

 

     «La venganza de Ulzana» alterna sus muchos momentos violentos con las reposadas y lúcidas reflexiones que los personajes hacen sobre la violencia. Película directa, sin concesiones, extremadamente dura, con una gran dirección de actores, como Burt Lancaster y una serie de excelentes secundarios que toman carácter protagonista y aportan convicción y realismo al relato. En definitiva, toda una obra maestra del western de los años setenta.

 

 

Innisfree

 

 

 

TITULO ORIGINAL.-Ulzana´s Raid
NACIONALIDAD.- EE.UU. (Universal)
DIRECCION.- Robert Aldrich
GUION.- Alan Sharp
FOTOGRAFIA.- Joseph Biroc
MUSICA.- Frank De Vol
MONTAJE.- Michael Luciano
INTERPRETES.- Burt Lancaster (McIntosh), Bruce Davison (Teniente Garnett DeBuin), Jorge Luke (Ke-Ni-Tay), Richard Jaeckel (Sargento), Joaquín Martínez (Ulzana), Lloyd Bochner (Capitán Charles Gates)
DURACION.- 103 minutos. 

Wichita, Jacques Tourneur, 1955

 

 

 

Un episodio de la vida de Wyatt Earp, poco antes de convertirse en el sheriff de Dodge City y de protagonizar, en Tombstone, el famoso duelo en el O.K. Corral con los Clanton, inmortalizado por John Ford en su admirable “Pasión de los fuertes”. Ignoro si los hechos recogidos aquí tienen alguna base histórica, o se trata simplemente de aprovechar un nombre que cualquier aficionado al cine del Oeste recuerda. Lo cierto es que tampoco Ford fue excesivamente fiel a la historia. En cualquier caso, la película de Jacques Tourneur funciona exactamente igual, al margen del nombre de su protagonista.
 
     El propio Tourneur definía, en una entrevista, allá por los años 60, el sentido y la idea de la película: “Unos hombres que conducen el ganado durante meses y que se pasan mucho tiempo antes de poder beber un trago. Y cuando por fin pueden hacerlo, beben demasiado y lo rompen todo. Y es real. En aquella época ocurría exactamente así” (“Presence du cinema”, otoño 1966).
 
     Y “Wichita” es verdaderamente eso: el proceso de restablecimiento del orden, en una ciudad a la que acaba de llegar el ferrocarril, y que quiere prosperar a costa de los ingresos que consigue con la presencia de los ganaderos, pero con la contradicción de que no quiere sufrir los problemas de orden público derivados de los excesos que el alcohol provoca en quienes visitan Wichita. Ganaderos que se dejarán, en cualquier “saloon” de la ciudad y en muy poco tiempo, su paga, para la que han estado trabajando antes durante mucho tiempo. Filosofía que, de forma muy gráfica, se expresa en los carteles de las diligencias que llevan a la ciudad a las prostitutas y que Wyatt Earp contempla, con curiosidad, al inicio de la película: “Todo vale en Wichita” o “Vino-Mujeres-Wichita”.
 
     Las contradicciones de la ciudad son rápidamente resueltas por Earp, que si bien en principio declina la invitación para convertirse en sheriff, acepta posteriormente, una vez que el primer desorden provoca la muerte de un niño de cinco años. Earp impondrá su criterio de orden y resistirá, contra viento y marea, las presiones de las “fuerzas vivas” de Wichita para “suavizar” su decisión de no permitir el uso de armas de fuego dentro de la ciudad. No sin dificultades, y con la ayuda de sus dos hermanos, Wyatt Earp partirá, una vez conseguidos sus objetivos, hacia su próximo destino: Dodge City.
 
     “Wichita”, queda a medio camino entre el western de primera fila y el de serie B. Aunque, en principio, no parece que Jacques Tourneur tuviera excesivos problemas para rodarla en sólo 25 días. Al margen de un guión muy bien construído (como curiosidad, Sam Peckimpah fue director de diálogos de “Wichita”, seis años antes de su memorable “Duelo en la Alta Sierra”), Tourneur contó con la garantía de un actor tan identificado con el western como Joel McCrea y con una utilización verdaderamente espléndida del entonces reciente “Cinemascope” (sistema que, curiosamente, Jacques Tourneur defendía a capa y espada).
 
     Lo cierto es que “Wichita” queda, para la historia, como una buena defensa del Cinemascope, en unos años en que muchos criticaban las dificultades o defectos de la pantalla ancha, porque el partido que Tourneur sacó del sistema es verdaderamente extraordinario. Ademas, en la película no abundan las praderas, ni los espacios abiertos: es más bien un western de ciudad y de interiores, pero en el que Tourneur nos sorprende, como casi siempre, con su habitual buen gusto en la composición de la imagen y su elegancia en el movimiento de cámara o en la manera de situar a los personajes en el plano, con independencia de que el film sea en color o blanco y negro, en pantalla pequeña o panorámica.
 
     Por lo demás, solo queda destacar la espléndida fotografía en technicolor de Harold Lipstein”. Tourneur solía sacar un gran partido a la utilización del color: tonos suaves logrados mediante efectos de iluminación y con los que conseguía imágenes de una gran belleza pictórica que fue su “marca de la casa”, incluso en sus films menos inspirados. Y recordar la balada “Wichita”, interpretada por Tex Ritter en los títulos de crédito y al final, que establece el tono, simpático y relajado de la película.

 
 
ANIBALMINUCIO

 
 
FICHA TECNICA.- Producción: Walter Mirisch para Allied Artists Pictures.- Guión: Daniel B. Ullman.- Fotografía: Harold Lipisten, en Cinemascope y Technicolor.- Música: Hans. J. Salter.- Montaje: William Austin.- Intérpretes: Joel McCrea (Wyatt Earp), Vera Miles (Laurie McCoy), Lloyd Bridges (Gyp Clements), Wallace Ford (Arthur Whiteside), Edgar Buchanan (Doc Black).- Duración: 81 minutos.

Yuma (Run on the Arrow), Sam Fuller, 1957

 

 

 

 

Pocas personalidades hubo, en el cine americano de los años 50-60 tan fuertes y extrañas como la de Samuel Fuller. Idéntica apreciación cabe hacer respecto a sus películas, casi siempre pertenecientes a géneros con reglas muy concretas y específicas, que Fuller se saltaba siempre con toda naturalidad. Tanto sus westerns, como sus films bélicos o sus obras de «cine negro» resultan ser siempre piezas nada convencionales en sus respectivos géneros. 

 

 

     «Yuma» (1957) tercero de los cuatro westerns que Samuel Fuller filmó a lo largo de su carrera, resulta tan original y extravagante como los dos anteriores, «Balas vengadoras» (1949) y «The Baron of Arizona» (1950) o el posterior «40 pistolas» (1957). «Yuma» comienza el 9 de abril de 1865 en Appomattox (Virginia): Rendición del general Lee y fin de la Guerra de Secesión americana. El soldado confederado O´Meara (Rod Steiger) dispara la última bala de la guerra, hiriendo levemente al teniente nordista Driscoll (Ralph Meeker). A continuación le lleva a un hospital de campaña donde le es extraida la bala. Allí va a asistir, entre humillado y traumatizado, al acto de la patética rendición de Lee ante el general nordista Grant.

 

 

     A partir de ahí, el odio, el rencor y también aquella última bala, le van a acompañar, a lo largo de toda una trayectoria personal errática, ambigua y contradictoria, que le lleva, primeramente, a dejar a los suyos, viajar hacia el Oeste y naturalizarse indio. Y posteriormente, a convertirse en guia de la Caballería de los Estados Unidos. Asistir, impotente, al enfrentamiento entre los sioux y el Ejército y, finalmente, en un acto de toma de conciencia, asumir su condición de hombre blanco, incapaz de soportar la visión de la tortura a la que los sioux someten al teniente Driscoll, y disparar de nuevo aquella bala de Appomattox para acabar con la vida (y la tortura) de su antiguo enemigo.

 

 

     O´Meara, héroe (o más bien, antihéroe), viva imagen del soldado derrotado incapaz de aceptar el fracaso de su causa, arrastra su desarraigo y su resentimiento en un pais nuevo y para él irreconocible, roto por una guerra civil, de la que pocas veces el cine nos había dado una visión tan gris y poco gratificante. Al disparar sobre el traidor Driscoll, O´Meara acaba con su propia e interior guerra civil. Y firma una paz honrosa consigo mismo, dejando a los sioux y regresando a la «civilización» junto a la india Yellow Mocassin (Sara Montiel) y los soldados supervivientes del ataque al fuerte. Un final tan abierto como extraño: «El final de esta historia sólo podrá escribirlo usted», nos dice Samuel Fuller, con calculada ambigüedad, en lugar del habitual «the end».

 

 

     Película extraordinariamente rica en su complejidad, en sus situaciones, en sus personajes (a los que Fuller parece mirar con absoluto distanciamiento y frialdad) y que pudo realizar con su característica falta de complejos, en un ambiente de total independencia artística y económica. «Yuma» es un extraordinario y poco común western, aunque no llegue a la categoría de obra maestra.

 

 

AnibalMinucio

 

 

TITULO ORIGINAL.- Run of the Arrow
NACIONALIDAD.- EE.UU. (R.K.O., 1957)
DIRECCION.- Samuel Fuller
GUION.- Samuel Fuller
FOTOGRAFIA.- Joseph Biroc
MUSICA.-Victor Young
MONTAJE.- Gene Fowler Jr
INTERPRETES.- Rod Steiger (O’Meara), Ralph Meeker (Teniente Driscoll), Sara Montiel (Yellow Mocassin), Brian Keith (capitán Clark)
DURACION.- 86 minutos.